Javier Sánchez y Bienvenido Maquedano
“ARQUITECTURAS
QUEBRADAS”
DE
JAVIER SÁNCHEZ
(Hotel
San Juan de los Reyes)
18
de mayo de 2012
Mientras Corroto
y yo recorríamos los escasos kilómetros de carretera que separan la ciudad de
Toledo del pueblo de Cobisa no dejaba de tener un comecome en el estómago. El
artista al que íbamos a visitar en su casa-taller era un tipo serio. Enrique
Galindo me lo había presentado en la cafetería del hotel San Juan de los Reyes
y se había deshecho en elogios hacia su persona, pero a mí aquel individuo de
facciones fuertes, barba cana y gesto adusto me imponía el respeto que todos
hemos sentido hacia el profesor de matemáticas. Ese día, Javier Sánchez me pasó
su tarjeta. Un cartoncillo en el que aparecía pintado un barco velero sobre
unas aguas tranquilas de color turquesa. Me temí lo peor.
Cuando
llegué a casa, encendí el portátil y me metí en una web de nombre extraño
(espacio 13) con cierto regusto a película de marcianos de Farra Fawcet, o a
ovnis escondidos al estilo del Área 51. A los diez minutos estaba descolgando el
teléfono para avisar a Jesús Corroto. “No te lo puedes perder- le dije. Creo
que he encontrado al tipo de artista que te gusta”. Acerté de pleno. Espacio 13
es el estudio de un extraterrestre. Un artista que combina un magnífico uso del
color, con el equilibrio y la maestría de la composición. El tipo de pintor
que, en el fondo, todos los arquitectos desean ser.
Tiempo
después quedé con nuestro común amigo Galindo para ver el trabajo de Javier y
allí estábamos, metidos en el coche y llegando al pueblo. Javier vive en una
casa bioclimática. El techo es plano y tiene una cubierta vegetal. Los
cristales tienen rotura de puente térmico. Media casa está semienterrada contra
un talud, y las habitaciones están decoradas con obras suyas. Por la casa flota
la neblina del humo de sus cigarrillos y va y viene el destello pelirrojo del
cabello de Amelia, su querida prima. El
gato corretea arriba y abajo, intentando completar los huecos de afecto que
dejó el último perro que tuvo la pareja. Un vistazo a las paredes me permitió
reconocer acuarelas de juventud pintadas en Canarias, dibujos de noviazgo, o un
cuadro de gran formato que lanza a los cuatro vientos su gusto por la buena
música negra: Ray Charles, James Brown, Charlie Parker...
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Detalle del estudio espacio13 |
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En el
estudio había un maniquí forrado con retales de lienzos y una caja de madera
customizada que en su día había servido de embalaje, cuadros terminados,
cuadros a medio terminar, incluso cuadros que podían colocarse en cuatro
posiciones diferentes sin perder un ápice de su equilibrio compositivo. “Tengo mis dudas- dice- pero al final en algún
sitio tengo que poner la firma, y en ese momento ya está decidido cómo hay que
colgar el cuadro”.
Javier Sánchez y Amelia Mora. Retrato 2012.
Dos retratos tremendos presidían una de las paredes cortas, y
un fajo de lienzos reposaba en un rincón a la espera de que Javier los fuese
desplegando como en un pase de modas exclusivo. Y luego estaba EL CUADRO (esto está escrito con
mayúsculas y negrita), colgado en la parte alta de una de las paredes largas. |
Rojo y verde en Tokio 100x81 cms. Año 2009.
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Una maravilla del color nacida a
causa del impacto que le causó Tokio al artista. La ciudad de Godzilla, del
manga y de las chicas que quieren ser muñecas de porcelana o sueñan con
convertirse en dibujos animados; la ciudad en la que más individuos caben por
metro cuadrado de vagón de metro, la de los hoteles con habitaciones del tamaño
de un ataúd; la de la arquitectura que se eleva al cielo y que amenaza con
hundir el suelo. La misma arquitectura que se quiebra en manos de Javier y se
reinventa en manchas, líneas de fuga y pequeños trazos y borrones aparentemente
casuales pero que le dan todo su sentido y vida a los cuadros.
Ni
qué decir tiene que a esas alturas de la película ya me había olvidado del
velero pintado en una tarjeta de visita, y del profesor de matemáticas del
instituto. Entonces le hice la pregunta tonta que hay que hacer siempre “¿Cuándo
empezaste a pintar?”. Javier se encogió de hombros, me miró con paciencia
vacuna y me dijo: “Desde niño. Yo leía el Capitán Trueno y quería copiarlo
porque me encantaba”.
¿Qué más quieren que les diga?
Yo que aprendí a leer en
los tebeos, que atesoro los clásicos de Víctor Mora, que sigo enamorado de
Sigrid y que envidiaba a Crispín, que escuchaba una y otra vez a Asfalto cuando
aseguraba que otro gallo nos cantaría si el Capitán Trueno pudiera venir… yo,
me rendí al arte de aquel hombre que toqueteaba los cuadros con la falta de
cuidado del que se sabe capaz de pintarlos una y mil veces.
Bienvenido
Maquedano
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FOTOS DE LA EXPOSICIÓN
(Para verlas más grandes clik en una de ellas) |
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